"La clase ya se había detenido por completo y la mayoría de los alumnos estaba en torno nuestro escuchando. Otros, los menos, se habían asomado al corro, no les había interesado lo que pasaba y habían seguido a lo suyo, contándose la vida o agarrando el móvil. El que, bajo mi punto de vista, es el mejor bailarín de la clase, el callado y espigado Bruno, había seguido bailando. Siempre baila como siguiendo una misma música que solo él oye, que, mande Lluís el ejercicio que mande y ponga la música que ponga, él acaba siempre destinando sus movimientos hacia esa exclusiva danza suya de giros sobre un pie y sobre el otro, con la cadencia de un tentetieso y los brazos en suave cruz, no tensados, sino unos brazos como alas que le ayudan no a impulsar sino a suavizar su giro, a evitar el mareo. Mientras baila se toca la cara en un gesto de indagación de sí mismo, un gesto, a veces, de profunda concentración que sin embargo no detiene su danza; o un gesto que consiste en sonreír para sí, a veces estirando el cuello hacia arriba y moviendo los labios sin decir nada o diciendo algo inaudible, y otras veces, probablemente porque ha llegado a matearse, frenándose poco a poco y dejando caer el tronco hacia delante con las piernas completamente estiradas o descendiendo hasta quedar casi perfectamente abierto de piernas. Profundos estiramientos que forman parte de su baile y en los que se detiene un tiempo indeterminado en función del gusto que le proporcionan para después emerger nuevamente a la verticalidad, a la indagación y a los giros. Por eso es Bruno el mejor bailarín de la clase: porque solo baila por placer, y el placer continuado, visto desde fuera, es estremecedor y obnubila."
"Lectura fácil", Cristina Morales.
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