"La lejanía sonaba en sus oídos como una canción que se apaga. Y cuando por el cielo rodaba el estruendo de un trueno, llenando todo el espacio y perdiéndose con iracundo rugir detrás de las nubes, el niño ciego oía todo aquel fragor con asombro, su corazón se ensanchaba y en su cabeza surgía la admirable noción de los inmensos ámbitos celestiales.
Por consiguiente, los sonidos constituían para él la expresión directa y principal del mundo externo. Las restantes impresiones no eran más que un complemento del oído, que era el molde de su conocimiento."
El músico ciego, de Vladímir Korolenko (1853-1921)
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