"Abrió la puerta de su casa. Su mujer estaba de viaje y él puso en el reproductor de cedés a Wynton Marsalis. A ella el jazz la dejaba fría, también a él, pero el ministro no quería la música para sentir ni emocionarse evocando quién sabe qué clase de fantasías, sino solo para disfrutar de una imperfección perfecta o viceversa, sonidos organizados en un equilibrio inestable que cumplían una función estimulante, como el desayuno con café."
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